martes, 30 de marzo de 2010

Los Huevos y Alfonsín


Escribí esto hace un año. Que buena onda, me sigo acordando... como para no!. Nunca Más


Los huevos y Alfonsín

“La casa está en orden”. Cuando Alfonsín mandaba a su casa al pueblo y tranquilizaba a un país por televisión, yo era un pibito.
Mis viejos, mis tíos y mis abuelos estaban en casa. En verdad no lo recuerdo, pero imagino que la noche anterior no habré pegado un ojo, ansioso por comerme los huevos de chocolate de mi abuela.
Ese domingo terminé empachado. Ahora, que tengo un hijo, entiendo el origen del atracón. Me habrán dejaron comer todos los huevos de pascua y los chocolates que se me antojaban, a cambio que los deje mirar la tele tranquilos.
Había momentos en los que no podía ni pestañar. Seguramente eran las apariciones del presidente. Mi vieja me debe haber entregado la canasta entera de chocolates para mantenerme la boca ocupada.
No tengo recuerdos profundos de otras pascuas. Alguna escapada aprovechando el feriado largo. Alguna discusión con mi tío cura. Ningún otro empacho –mi vieja hasta hoy me vigilantea cuando me peleo con su nieto por un chocolate-. Pero nada como ese domingo.
Nunca más en mi vida volví a ver a mis viejos, mis tíos y mis abuelos abrazarse llorando de alegría como aquella vez.
Y eso que se siguen queriendo mucho. Pero el cariño hacia los parientes no da como para andar abrazándose con la suegra, llorando de alegría, todos los días.
Y los pibes no se equivocan. Lo de llorar de felicidad es un verso que nos creemos cuando somos grandes.
Yo, de pibe, no me equivocaba. Mi vieja intentó convencerme, sin éxito, de que no pasaba nada malo. Me decía que estaban tan contentos, que hasta lloraban.
Si estás tan contento, te tirás al piso en plena carcajadas. Pero llorar… a mi no me joden, pensé y me empezó a doler la panza.
Nunca dudé el hecho de que estuvieran contentos. Se notaba, era evidente. Empezaron todos a jugar conmigo, no me dejaron comer más chocolates y les arruiné la cena cuando me tuvieron que llevar al sanatorio para que un médico haga algo con mi sobredosis de chocolate cobertura.
Alfonsín y las pascuas están hoy, nuevamente, presentes.
Esta semana le compré por primera vez un huevo de pascuas a mi hijo. Y se me piantó un lagrimón mirando al viejo Cafiero, hablando al pie de los restos del ex presidente.
¿Por qué llorás?, me preguntó Mateo. Le dije la misma boludez de mis viejos, que me había emocionado, pero que estaba contento. Me hizo una mueca y siguió metiéndole al huevo que habíamos comprado.
De grande me di cuenta que las lágrimas eran de miedo. Eran de hastío.
Crecer, descubriendo un pasado tan oscuro, nos permite comprender esas lágrimas.
Lloraban porque estaba en juego la democracia.
Y uno entiende que esa palabra, hoy, no suene muy rimbombante. La verdad es que después de secarse las lágrimas, no hicieron mucho como para que la ensalcemos tanto. Y no me refiero a mis viejos, mis tíos y mis abuelos, al menos no a ellos en particular.
Todas esas lágrimas, las de los míos, la de los tuyos y la de los que salían en la tele, eran porque estuvieron a punto de volver, de prepo, a un pasado que no querían regresar. Al menos, la mayoría.
Hoy podemos imaginarlo. El cine nos subrayó la palabra tortura, las fotos nos mostraron los huecos de las desapariciones y la justicia parece que, finalmente, apunta a parecerse al significado del diccionario, al menos en eso.
En la escuela nos enseñaron las batallas épicas, con próceres valientes e inmaculados. Nos sentaron frente a manuales que no tenían un dibujito de un soldado destripando a un tipo que se negaba a que le digan cómo tenía que vivir en su tierra.
En la escuela no se animaron a contarme por qué había llorado mi viejo. ¿Será porque iba a primer grado? ¿Les habrá dado pena contarle todo eso a un pibe? ¿Le daba vergüenza a la sociedad mostrarnos su pasado reciente? ¿Todavía tenían miedo? ¿Eran muchos los que seguían restando importancia a las torturas, los secuestros, las desapariciones, los robos de bebés, las violaciones y tantas otras cosas? ¿Eran muchos los que todavía no se habían dado cuenta y que fueron tomando conciencia con el tiempo? No lo se, la cuestión es que en la escuela. a mi. no me lo enseñaron nunca. Ni en primer grado, ni después de Bariloche. Todo muy de arribita y rapidito que llega diciembre.
Mientras a nosotros no nos lo enseñaban, Alfonsín –sin el apoyo de muchos sectores y partidos políticos- decidió enjuiciar a los máximos responsables de la barbarie. Mirándolo a lo lejos, el hecho de que hayan interrumpido la vida democrática se transformó en un suceso casi diminuto. Se asemeja a un dato anecdótico frente a las atrocidades que cometieron en nombre de la patria.
¡Cómo no va a tener semejante despedida Raúl Alfonsín! “La casa está en orden” revivió con su muerte. La devaluada democracia cotizaba en los 80´ como la soja hace algunos meses. Y Alfonsín lleva estampado a fuego ese símbolo.
Será nuestra tarea enseñar en las escuelas que también dictó la obediencia debida y el punto final, que firmó el pacto de Olivos, que se le escapó la economía y que tuvo que entregar antes su mandato. Digo, para no decirles que Sarmiento era un ejemplo de chico y que no faltó nunca al colegio.
Intenté contarle a Mateo algunas cosas, pero me preguntó si el hombre araña peleaba contra Videla. -Tiene dos años!!!-, me dijo mi mujer, así que me senté a escribir esto, por lo menos, para explicármelo a mi mismo.
Estas pascuas voy a estar atento a que mi hijo no se coma los 300 huevos que le va a comprar mi vieja. Y me voy a volver a acordar de Alfonsín. Espero que me pase todos los años.
Nunca más.

PD: A un año. ¿Debería haber sido un poco más duro con lo que escondía ese "la casa está en orden", no? Debilidades y mariconerías provocadas por el chocolate de los huevos..................