martes, 30 de junio de 2009

Kachetazo




Arranco este blog un día después de las elecciones legislativas 2009. El Kirchnerismo acaba de comerse una paliza electoral que no estaba en los planes de nadie. Ninguna de las estrategias que se emplearon en Capital, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos ni Santa Cruz dieron resultado.
Si bien esta estructura política no fue la panacea política, ni mucho menos, se convirtió en el sostén de varios cambios culturales, sociales, económicos y cumplió con deudas que la democracia venía debiéndonos como sociedad.
El desgaste que provocó un conflicto sectorial, pésimamente manejado desde las altas esferas del poder, empañó mucho de lo bueno y resaltó mucho de lo malo. Ambas cosas ciertas.
Néstor Kirchner asumió la presidencia de la Nación luego de un tembladeral político desatado por uno de los gobiernos nacionales que seguramente pasará a la historia como el peor de la época. La imbecilidad política, la ausencia de capacidad de conducción y la incorporación del ícono del liberalismo despiadado Domingo Cavallo, empujaron a De la Rúa a convertir a la Argentina en una gelatina, roja, teñida por la sangre de las muertes del diciembre trágico.
Un flaco narigón, que se vestía como el orto, se le piantaba un ojo de lado y encima escupía cada vez que hablaba y nadie le entendía un corno, terminó siendo presidente. ¿Cómo? Porque Duhalde lo “llevó” de candidato y logró colarlo segundo, después del dos veces presidente (tengo tanto que acotar, que prefiero dejarlo sin comentario) Carlos Saúl Menem, quien se bajó del ballotage ante una derrota segura.
Ese pseudo ser humano que venía de Santa Cruz se hizo cargo del momento histórico que le tocó conducir los destinos del país. Tan bien lo hizo, que los argentinos le votamos (en número contundente) a su esposa como presidenta al finalizar el mandato.
¿Qué hizo bien?
Les otorgó jubilación a más de un millón de viejos que no habían hecho aportes. No porque no tenían ganas de hacerlo o porque “se gastaron la plata”, porque eran tipos que habían vivido toda su vida de trabajos informales, creados por una economía que jamás se pensó para beneficio de todos.
Le devolvió la sensación al país de que había un gobierno que estaba al mando de la situación. La debacle de la Alianza y la sensación de desgobierno, al ver desfilar 5 presidentes en un abrir y cerrar de ojos, nos hacía sentir tripulantes de un tren sin maquinista.
Continuó y profundizó un plan económico ideado por su padrino político que le permitió encarrilar al país en las vías de una economía mundial en plena expansión. Ese crecimiento se dispersó por distintas capas sociales. Los empresarios, industriales y productores rurales incrementaron fuertemente su patrimonio, recuperando el crecimiento que, por años, había quedado en el olvido.
Los sectores medios y medios bajos mejoraron su estándar de vida. Profesionales, pequeños empresarios y emprendedores aprovecharon el envión del país. Los asalariados mejoraron sus ingresos y su condición de irregularidad. 4 millones de desocupados abandonaron tal condición, y vivieron en carne propia el progreso. Las líneas de crédito para el consumo (12 meses sin intereses con cualquier plástico) explotaron en records de producción y venta de electrodomésticos, automóviles, computadoras personales, aires acondicionado y demás. Lo cual multiplicó los puestos de trabajo.
Los excedentes del sector más acomodado terminaron, en parte, en negocios inmobiliarios que cambiaron la fachada de pueblos y ciudades y sostuvieron un colchón de puestos de trabajo impensado. La desocupación en el sector llegó a ser prácticamente inexistente.
Una política de fuerte exportación de manufacturas agroindustriales, con un dólar alto y la aplicación de retenciones le permitió engrosar una caja para apalancar tales líneas de acción.
Su gobierno es el que más obra pública realizó en la historia del país, poniendo al Estado al frente de la creación de puestos de trabajo. La sospecha de falta de transparencia y la aparición de empresas “amigas” en la mayoría de las obras, tampoco forman parte del costado positivo de Kirchner.
Un breve ejercicio de memoria puede remontarnos a los comienzos de la era K. Las calles de todas las ciudades compartían sus días con autos y piqueteros (indigentes con conciencia de clase, politizados, que cortan las calles diciendo “o me tiran un mango o acá no pasa nadie”). Carrió y Macri denunciaban la inacción del tipo de traje cruzado, corbata roja finita y cara de papá de Messí. Un buen día los piqueteros desaparecieron de las ciudades. Muchos de ellos son parte de esos 4 millones de nuevos trabajadores. Muchos otros reciben planes sociales. El manejo de dichos planes no forma parte, justamente, de las cosas que se hicieron bien.
Cuando el ex gobernador de Santa Cruz ya era K (apodo popular que llevó incluso a popularizar el uso de esa letra tan poco utilizada por estos pagos), “limpió” de un plumazo a la Corte Suprema de Justicia (Órgano colegiado perfilado por el menemismo que gozaba del hartazgo generalizado de la población). La nueva Corte fue formada por tipos sólidos desde lo académico e indiscutidos por oficialistas, opositores y la sociedad en su conjunto.
Estatizó el correo argentino y otras privatizaciones que se iniciaron como un negociado y se mantuvieron a lo largo de los años prestando pésimos servicios.
Impulsó una política de derechos humanos inédita en el mundo. Convirtiendo a la Argentina en el único país que enjuició y condenó a represores de gobiernos anti democráticos.
Durante los cuatro años de su mandato, el Estado no terminó con la vida de ningún ciudadano que haya participado en una manifestación o protesta, hecho que no pueden mostrar sus antecesores.
Se profundizó como nunca la unión con los países del continente y se abandonaron las políticas económicas dictadas por el FMI y otros organismos de crédito.

¿Qué hizo mal?
Tiñó su gobierno de un concepto que parece no desaparecer nunca de la política argentina y de todos los argentinos: corrupción.
Empresas “de amigos”, choferes que se convierten en dueños de empresas y medios de comunicación, funcionarios con alto desprestigio social y otros condimentos derivaron en lo que, a priori, parecía un error a enmendar: La promesa de mayor transparencia y mejor “calidad institucional” de la mano de su esposa (Quien más tarde sería Cristina, y luego, la “yegua bipolar” en pleno conflicto agrario).
Nunca logró equilibrar dos grandes brazos de su construcción política. Por un lado la “transversalidad”, los idealistas, los zurdos, los pensadores, los artistas, el progresismo, los socialistas. Por el otro, el peronismo sindical y los movimientos de desocupados.
La intolerancia y el nulo peso político específico de los primeros y las “desprolijidades estéticas” y el poder real de los segundos no terminaron en buen puerto.
El “movimiento peronista” también contaba con su expresión conservadora de derecha, que, verticalista, obedeció (hasta oler sangre) al ya indiscutido jefe.
La “capacidad de mando” y la “firmeza en las decisiones” tan festejadas en un principio, comenzaron a “molestar” a propios y a ajenos sobre el final de su mandato.

Llegó Cristina

A pesar del acento que imprimió la oposición en los defectos K, Cristina Fernández de Kirchner llegó a la presidencia con una contundente victoria electoral. El anuncio de su gabinete robó de entrada un ceño fruncido generalizado al ver algunas caras que, se pensaba, quedaría en el colador de la prometida “calidad institucional”.
Julio Devido siguió al frente de las obras públicas, Guillermo Moreno al mando de su personal calculadora en el Indec y Ricardo Jaime manejando el transporte.
El pibito Loustó, una cara nueva en el ministerio de economía, inventó una genialidad para gravar las rentas extraordinarias que embolsaban las exportaciones de granos y oleaginosas: Las retenciones móviles.
La resolución 125 se convirtió en el principio del fin. Un conflicto con el sector agrario terminó hiriendo de muerte al “renovado” Kirchnerismo.
Al margen de la justicia o no de la medida, la protesta en las rutas de pequeños, medianos y grandes ruralistas llevó a Cristina (horas más tarde, la “yegua bipolar”) a dar un discurso que enardeció a todo el sector. Y a las clases medias que entendieron que sus palabras no eran justas (con o sin razón, comprendiendo o no lo que se estaba discutiendo).
Tildar a la protesta de “piquetes de las 4x4” o “protestas de la opulencia” fue el error más grande de la historia política de una de las mejores oradoras que ha parido la patria política de nuestro país.
A partir de allí, una cantinela de errores propios (piña de D´Elía incluida, de quien no puedo dejar pasar una referencia más adelante). Estéticos muchos de ellos. Y una reacción inmediata de todos los factores de poder heridos por Néstor en los años de gobierno, que se aliaron en una lucha que duró año y medio.
La batalla de la información publicada fue perdida desde el primer día. La respuesta oficial: proyecto de ley para medios audiovisuales. Otra deuda de la democracia. “No es el momento”, se escuchó de la oposición.
Con esta canasta de aciertos y errores se llegó a las elecciones. Kirchner una vez más se equivocó en la estrategia. Un empresario multimillonario nacido en Colombia y aliado al hijo del poder económico Mauricio Macri, lo desplumó en provincia de Buenos Aires. El resto del peronismo no Kirchnerista se encargó de otra porción territorial en pagos provinciales. La transversalidad hizo lo propio. Los medios de comunicación festejaron la faena.
Mientras tanto, Cristina recuperó el manejo de los fondos de las jubilaciones privatizadas, se aprobó por la movilidad de las jubilaciones de los viejos dos veces por año mediante una ley del Congreso, nacionalizó Aerolíneas Argentinas, continuó con la repatriación de científicos y fomento al Conicet y otras medidas.
El colapso financiero mundial y la profundidad de la crisis en los principales países del mundo se pasaron “de taquito”, poniendo un fuerte acento en la protección de las fuentes de empleo (millones del estado para mantener sueldos de empresas afectadas).
Pero el romance que se perdió con la gente, no se recuperó nunca más. Y esto se ratificó en las urnas. Fue paliza.

LQV (Lo que viene)
Centro derechas, derechas y centro izquierdas (notablemente más débiles que las otras dos) emergen en el panorama nacional.
El Kirchnerismo deberá rearmar su esquema de poder. Los errores propios lo llevaron a sentir el poder de sus adversarios (políticos y económicos).
El resto del peronismo (incluidos los sectores sindicales y las centro derechas territoriales) necesita que Cristina llegue a buen puerto en 2011. Allí deberá dejar parte del poder que hasta el cachetazo electoral ostentó omnipresente.
Los acuerdos que pueda lograr con la centro izquierda emergente, le brindará votos en el Congreso, también necesarios.
Como dijo el gran Nimo, por lo menos, así lo veo yo.
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PD: Luis D´Elía. Si cualquier persona que lo odia, que ve en el tipo a una mierda vestida de hombre, se interesara por saber de su historia, estoy convencido que cambiaría de parecer. Uno llega a sentirse muy egoísta al descubrir a qué le dedicó las horas de su vida D´Elía, a quien lamentablemente no tengo el gusto de conocer en persona.